Los marchantes llevan sus centavos
liados en un pañuelo; otros los hacen sudar en la apretada cuenca de su mano.
Hay que cuidar el monedero porque los
jitomates están de "mírame y no me toques" y la romanita cuesta
"un ojo de la cara".
Huele a fritangas, a maíz tostado, a
cebolla, a cilantro, y a yerbas el monte. Huele bonito. Los vendedores ofrecen
sus alteros de naranjas, sus sandías atrincheradas, sus pirámides de chile
poblano que relumbran verde, sus montoncitos de pepitas de calabaza.
Entre los puestos atiborrados de
mercancía, uno permanece vacío. Sin embargo, bajo el tendido de manta rosa, una
niña se ha parado y espera:
—Bueno niña, y tú ¿qué vendes?
— Yo, esta nube.
—¿Cuál nube?
—La que está allá arriba.
—¿Dónde?
—Aquí encima, ¿no la ve?
El señor ve que, en efecto, una nube
aguarda a prudente distancia.
—¡Niña, las nubes no se venden!
—Pues yo la tengo que vender porque en mi
casa estamos muy pobres.
—Yo soy licenciado, niña; y puedo
afirmarte que las nubes no son de nadie, por lo tanto no pueden venderse.
—Pero ésta sí, es mía: me sigue a todas
partes.
—En primer lugar, ¿cómo te hiciste de
ella?
—Una noche la soñé y tal como la soñé
amaneció frente a mi puerta.
—¡Con mayor razón! ¿Quién vende sueños?
La juventud de ahora anda de cabeza.
El licenciado se aleja refunfuñando.
Tras él, una señora se detiene. Lleva puestos unos collares tan largos que casi
no la dejan avanzar; y brillan tanto, que lastiman los ojos:
—A ver, ¿de qué es tu nube?
—De agüita, señora.
—¿Es importada?
—No, señora, es de aquí.
La señora arruga la nariz.
—Le puede regar su jardín —insiste la
niña, le puede adornar el ventanal de la sala.
—¿ Para que parezca cromo?
¡Dios me libre! Las nubes son
anticuadas. Decididamente tu nube no tiene nada especial.
La niña sonríe a la nube para animarla.
"Olvida el desaire", le dice; y todavía está con la cabeza en el aire
cuando un político de traje acharolado medita frente a ella:
—Creo que tu nube, niña, puede ser un
elemento positivo en mi campaña para diputado. ¿Sabrá escribir letras en el cielo?
—Depende de las letras.
Todos las verían escritas encima de la
ciudad. Si vienes mañana al centro, a la sede del partido...
—Oh, no señor, yo al centro no voy y
menos a una oficina. Allá hay mucho esmog, del más denso y negro, y se me tizna
mi nube.
—Te pago un buen precio.
—No señor, fíjese que no.
El político se da la media vuelta.
La niña permanece una hora en medio de
su puesto, sin que nadie se acerque, a pesar de que vocea como los papeleros:
- "¿Quién quiere una nube?
- ¿Quién compra una nube?
-Una nube limpiecita, sin esmog"; hasta que se cansa y empieza a hablarse a sí misma en voz alta: "¡Qué hambre! ¡Lástima que no me pueda comer un pedazo de nube!" Y al oírla un militar la interrumpe.
- ¿Quién compra una nube?
-Una nube limpiecita, sin esmog"; hasta que se cansa y empieza a hablarse a sí misma en voz alta: "¡Qué hambre! ¡Lástima que no me pueda comer un pedazo de nube!" Y al oírla un militar la interrumpe.
—¿De qué hablas sola, niña; qué tanto
murmuras?
—Le estaba hablando a mi nube, capitán;
le vendo esta nube, una nube de verdad.
—Hum... Una nube... No lo había yo
pensado, pero podría servir para esconder mis aviones. Nadie se atrevería a
sospechar de una nube.
—Entonces, si no es para guerrear, no la
quiero. ¡Hasta luego!
Un vagabundo, con su morral deshilachado
y su sombrero agujerado ha escuchado y sin más le sonríe.
—Y esa nube niña, ¿es tuya?
—Sí señor, ¿cómo lo adivinó?
—Pues, por el mecatito del cual la traes
amarrada.
Yo también de niño tuve una nube y la
llevaba jalando como un globo, nomás que se me perdió. Con la edad, se le van
perdiendo a uno las cosas.
—A ver, niña, si te la compro, ¿cómo me
la llevo?
—Pues, desamarro el cordelito y usted la
jala.
—¿Y en dónde la meto? En mi casa no va a
caber.
—Sí cabe, cómo no, sí cabe.
Nosotros somos siete y vivimos en un
solo cuarto; yo, en la noche, la meto en una botella para que no ande nomás
flotando por ahí, arrimándose a otras puertas; vayan decir los vecinos que lo
que quiere es que le regalen un taco.
—Bueno, y ¿qué come?
—Airecito, pero del limpio.
—Pero en la mañana, ¿cómo le hago si
tengo que ir a clases?
—Nomás destapa la botella; la nube sale,
bosteza, se estira, se alisa la falda, se esponja y ya la puede usted sacar al
patio para que se vaya para arriba de nuevo.
—¿Cuánto quieres por ella?
—Dos setenta y cinco. Nomás cuídela usted
cuando hay tormenta, porque se inquieta mucho; se pone negra de coraje porque ya le anda por irse con las otras. Eso es lo único.
El estudiante se amarra el mecate a la
muñeca y la vendedora le da un jalón diciendo "vete nube".
¡Pero la nube no se mueve!
¡Vete nube!, vuelve a decir la niña, y
nada.
El estudiante aburrido de que la nube se
taimara, le entrega el mecate a la niña y se va pensando en qué le regalara
ahora a su novia.
La niña desconcertada, mira su
nube y esta enojada se coloca gris y comienza a mojarla solo a ella…para nube
por favor que tengo frío, pero la nube no paraba
de mojarla….
El vagabundo quiso rescatarla pero él
también terminó empapado.
Y entonces la nube habló, ¿por qué ya no
me quieres más Amanda?, soy tu amiga, compañera, la que te cuida del sol, del
frío y te esconde cada vez que quieres…¿acaso te he fallado?
Amanda se puso a llorar y sus lágrimas
se confundían con la lluvia, entonces la nube se hizo a un lado y le dijo a su
amigo sol que por favor secara a sus amigos. Y así se hizo.
En eso un pequeño arco iris salió desde
la nube al suelo…y entonces el vagabundo que era muy ingenioso grito ¡Amanda
ya sé cómo podemos tener dinero para comer!!!
Y así, todos los días y en la misma
plaza, los niños del pueblo suben por el arco iris llegando a la nube que los
eleva por los aires una y otra vez.
El vagabundo reúne las risas de los
niños para venderlas a los Licenciados, políticos, militares, señoras con
collares y estudiantes apurados, y con esto hasta le salió una panza.
De tanta comida que puede comprar.
Amanda, la niña Amanda, compró una casa
con 8 dormitorios, y en una de ellas tiene una esponjosa y celeste cama para su
mejor y buena amiga Nube.
Texto: Magda Montiel S. y Elena Poniatowska (México)
Ilustración: Antonio Esparza
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